“Bendita sed, bendito hambre, bendita enfermedad, bendita pobreza,… ¡bendita pandemia!” ¿quééé? Vamos a revisar eso que llamamos “desgracias”, porque si cambiamos la manera de verlas, vamos a aprender cosas extraordinariamente importantes, y sobre todo ahora, que estamos en medio de una guerra contra la pandemia.
El padre Leonardo Castellani decía que el hombre, es por naturaleza es un “animal sediento”… igualmente podríamos decir que es un animal hambriento… las dos son metáforas de algo más profundo: el hombre al final de cuentas es un ser necesitado. Y claro, lógicamente, ser necesitado o “pasar necesidad”, nos parece un problema, un mal ¿lo es?...
Nuestro problema es cómo reaccionamos ante estas necesidades. Lamentablemente, a este animal que somos, le gusta elegir el camino fácil, le gusta saciar su sed arrojándose “a las charcas terrenas”, que, como decía también Castellani “dan de beber y dan más sed: los bienes temporales, el amor sensual, los honores, la gloria, el poder y la venganza”.
Solemos pensar que nuestra felicidad sólo la alcanzaremos “satisfaciendo nuestras necesidades”, teniendo lo que nos falta, llenándonos la panza de agua y de comida, o de cualquier otro alimento que ofrecen “las charcas terrenas”. Apagando la sed y el hambre seremos felices. Pero, pero, peeero… la experiencia muestra que nunca, nunca, nunca, lo logra. Porque esas charcas siempre nos dan más sed y más hambre.
Que el hombre tenga siempre sed y hambre no es malo. Es así el hombre. Tiene necesidades, es un ser incompleto imperfecto y busca su perfección, busca superar sus límites y esas necesidades.
Recién cuando pasan los años comenzamos a darnos cuentas que esa sed no sólo “no es mala”, sino que hasta puede servirnos para algo bueno. Esa sed y esa hambre llegan a ser una especie de motor humano, algo que puede sacarnos de la inercia de una vida-inerte. (vida inerte, vida muerta, vida sin movimiento). Me gustó usar ese antagonismo, porque muchos tienen “vidas inertes” vidas que no parecen vidas, sino a algo que simplemente… “dura”. ¿Cuánto dura la carne en el freezer?, ¿cuánto dura esta batería? ¿cuánto dura este virus en la ropa?... vidas que duran… “duran un tiempo”.
Pero volvamos: esa necesidad existencial que tenemos, esa sed humana puede ser un aliadopara nosotros.
Recordemos el caso de la Samaritana del Evangelio (Jn 4, 5-42). En este caso, de hecho, fue la sed la que la sacó de su casa en busca de agua. Fue esa sed la que la llevó al encuentro con Cristo. Digámoslo ya, entonces, ¡bendita sed la de la samaritana! ¿no? ¡Bendita necesidad que la llevó a encontrarse con la fuente de agua viva!...
Hace unos días también en la Misa escuchábamos la siempre conmovedora parábola del hijo pródigo (Lc 15,1-3.11-32). El hijo pródigo no regresó al Padre porque reflexionó a partir del daño que había causado a otros, a sí mismo, no regresó porque pensó en su pecado, en el mal cometido. Volvió, regresó, se arrojó en brazos de su padre porque… ¡tuvo hambre!! ¿No me creen? Miren el párrafo de la Escritura:
Entonces, fue y acordó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partidos hacia su padre.
Primero fue el hambre, eso le hizo pensar: en la casa de mi padre todos tienen comida en abundancia… y yo acá muriéndome de hambre… ¡listo, vuelvo! y ahí se le “ocurrió” lo otro, lo de “pequé…”… pero primero fue el hambre, la necesidad…
Pero la sed y el hambre no sólo son buenas porque nos sacan de nuestra inercia y nos ponen en camino hacia Jesús o hacia el Padre... Aún el mismo hecho de sentirlas pueden sernos buenos aliados. Tener sed, hambre y necesidad nos lleva a darnos cuenta de quiénes somos.
Recuerdo una idea del luterano teólogo alemán Schleiermacher que nos enseñaron en el seminario. Él ponía el origen de la religión en el sentimiento de dependencia absoluta; de la experiencia de nuestra limitación, pequeñez, indigencia e inferioridad. Santo Tomás ya había enseñado más claramente que “la adoración es instintiva en el hombre a causa de la indigencia que en sí mismo siente, en la cual necesita dirección y ayuda de Algo Superior. Y ese Algo Superior, sea lo que sea, es lo que todos llaman Dios”…
Es decir, la indigencia (la necesidad) nos llevan a darnos cuentas que nosotros no somos ese “Algo Superior”… somos “ese algo inferior”… y que necesitamos de “Algo Superior” que nos saque de donde estamos o que nos ayude a alcanzar lo que nos falta. Que nos complete.
Lo mismo ocurre también con el pobre o el endeudado… Cuando siente la inseguridad de no poder ser su propia “providencia” y no poder ya acudir a nuevos préstamos… porque no va a poder pagarlos… porque la deuda ya es muy grande y no le alcanzará la vida. ¡Sufre mucho! hasta puede llegar a sentir esa preocupación en su cuerpo, a conmoverse profundamente. Jesús lo explica de esta manera:
El reino del cielo se puede comparar a un rey que decidió poner al día las cuentas con los siervos que le habían pedido prestado dinero. En el proceso, le trajeron a uno de sus deudores que le debía millones de monedas de plata. No podía pagar, así que su amo ordenó que lo vendieran —junto con su esposa, sus hijos y todo lo que poseía— para pagar la deuda. El hombre cayó de rodillas ante su amoy le suplicó: “Por favor, tenme paciencia y te lo pagaré todo”. Entonces el amo sintió mucha lástima por él, y lo liberó y le perdonó la deuda…
¡Cae en la cuenta de esa dependencia “cae de rodillas ante su amo y suplica”! esto hace en nosotros esa necesidad que llamamos “pobreza”.
Lo mismo ocurre con las enfermedades, y ahora sí nos vamos llegando al tema de la pandemia… El mundo cambió de la mañana a la noche por una gripe. Por más que nos resulte aterradora… no es más que una simple gripe, como las que conocemos… y nos tiene arrinconados. Leía el otro día un artículo en el diario que dice:
“Un día nos levantamos y estábamos metidos dentro de una película de ciencia ficción. Nuestro mundo cotidiano, tal como lo conocíamos, había desaparecido. Nos daba miedo ir a trabajar, no sabíamos si nuestros hijos seguirían yendo al colegio, nos atemorizaba la cercanía de un vecino que acababa de llegar de viaje. Un beso se convertía en amenaza y un estornudo en el subte nos transformaba en sospechosos. Nuestros planes se desmoronaban. Conciertos, obras de teatro, partidos de fútbol, viajes y hasta fiestas de cumpleaños. todo pertenecía a una vida anterior. De golpe, el único lugar seguro parecía el encierro en nuestras casas.
Condensado así, en un párrafo, suena increíble o exagerado. Sin embargo, es lo que nos está pasando con la emergencia sanitaria por la pandemia de coronavirus. Nuestra vida en sociedad se ha trastocado de manera súbita. Nos hemos metido en una burbuja de temor, incertidumbre y paranoia en la que cuesta medir la proporción de las cosas.
Hay algo que parece irreal. Un virus remoto, desconocido, del que hace apenas noventa días nadie tenía noticias, ha puesto al mundo "patas para arriba" y ha provocado medidas que ni siquiera se habían adoptado en tiempos de guerra mundial.”
El hombre enfermo o en peligro de contagiarse una enfermedad, es un hombre que se había olvidado de que era simplemente hombre y ahora… lo recuerda. Y si no lo sabía…, ahora entiende qué significa ser limitado y dependiente y necesitado de Alguien Superior que lo cure.
También la enfermedad o el peligro de contagiarnos nos ayuda a entender quiénes somos y nos mueven hacia ese “Algo Superior”. ¡Cristo vivió rodeado de enfermos! Muchos se acercaban a Él por la belleza de su doctrina, porque querían cambiar de vida, etc…. pero otros… simplemente porque querían ser curados de sus enfermedades. Y Él dijo: vine para estos, vine para los enfermos, vine para extender mi mano misericordiosa sobre ellos. “¡Quiero, queda curado!” (Mc 1, 40-45)
Por eso dije al inicio de este post: bendita sed, bendito hambre, bendita pobreza, bendita enfermedad… ¡bendita pandemia! Pero más bien que esto, debería decir bendita conciencia de nuestra pobreza y necesidad, o mejor, digámoslo bien: ¡bendita fe! que hace que vayamos a buscar agua, comida y remedio, a la verdadera fuente, al verdadero alimento, y al verdadero remedio no sólo para nuestro cuerpo sino para nuestra alma:“porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6, 55-71).
El que come y bebe de esta agua no tendrá más sed… ¿en absoluto? Bueno, más o menos, tendrá más sed de Dios…, es verdad, pero menos sed de las charcas terrenas, y de “las algarrobas que comen los cerdos”…
Ignorar nuestra necesidad y nuestra enfermedad es ignorar también que necesitamos a Cristo para saciar esa sed y esa hambre no sólo de cosas materiales o físicas, sino esa sed y esa hambre que tenemos de inmortalidad.
¡Sed de inmortalidad!... La sed más profunda, pero también cada vez más apagada por alimentarnos de las charcas terrenas… por comer las algarrobas del mundo… Como dice el P. Castellani, esa sed divina existe, aunque no en la superficie de nuestra alma… “allá sordamente en el fondo” de nosotros mismos...
Hagamos entonces como la samaritana, como el hijo pródigo, como los pobres que rodeaban a Cristo y como aquel que estaba irremediablemente endeudado. Pongámonos de rodillas y digámosle “por favor, tenme paciencia”, “sáname Señor”, “dame a beber esa agua”, “danos siempre el mismo pan”.
Que esta pandemia sea una ocasión para pedir el aumento de nuestra fe, para darnos cuenta de lo necesitados e indigentes que somos, de lo absolutamente dependientes del Señor, para salir de estas aguas en las que nos hundimos hacia arriba estirando la mano, mirando al Señor y diciéndole como dijo San Pedro: ¡sálvame Señor que me hundo! (Mt14, 30)
Que así sea. ¡Que el Señor nos bendiga a todos!
PD: Si todavía no lo hiciste, te invito a poner tu casa y tu familia bajo la protección del glorioso patriarca San José, custodio de la Sagrada Familia y patrono y protector de la Iglesia Universal, colocando este “Detente de San José” en la puerta de tu casa. Hacé clic acá.
Comentarios