Qué lindo sería, muchas veces lo pienso, ver, poder trasladarse y estar ahí, al momento de alguna escena del Evangelio. Si nos dieran a elegir estar en una sola, ¡Ay qué difícil!, ¿qué escena elegirían?... No sé por qué pero hay una que me gustaría ver especialmente, y es la aparición del Señor Resucitado a Santa María Magdalena. Era tan grande, tan grande el amor que le tenía al Señor, que no sé qué daría por verle la cara en el momento que Él le dice: "¡María!" y ella "¡Raboní!" (¡Maestro!)... se le abrirían los ojos y el corazón explotaría de alegría. ¡Ay esas alegrías! ¡Ay qué hermosos esos reencuentros entre los que se aman!... y en este caso... ¡qué reencuentro!...
Pero si no fuese posible ver eso, al menos me gustaría preguntarle, aunque sea de una manera imaginativa: María Magdalena, dinos, ¿Qué viste?...
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Una de las piezas más hermosas del canto gregoriano es la secuencia de la Misa de la Vigilia Pascual (y de toda la octava de Pascua) que se llama "Victimae paschali laudes", que se traduce «Alabanzas a la Víctima pascual». Antes del concilio de Trento existían muchas secuencias litúrgicas: Las "secuencias" son un canto que precede la proclamación del Evangelio. Actualmente, quedan solamente unas pocas secuencias en la liturgia que tienen una gran calidad musical: por ejemplo, el famoso Veni Creator del día de Pentecostés, el Stabat Mater, o el Dies irae de la misa de difuntos, aunque hoy casi no se canta...
Esta hermosa secuencia incluye un diálogo lleno de poesía e ingenuidad con María Magdalena que dice así: "¿Qué has visto de camino, María en la mañana?". Y Magdalena responde: «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la pascua».
María Magdalena, es presentada por los cuatro evangelios al pie de la cruz, y viene a ser la gran protagonista de las primeras apariciones de Jesús Resucitado. Ninguno de los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) pasa por alto su nombre. Magdalena formaba parte del grupo de mujeres que fueron a embalsamar el cuerpo de Jesús y se encontraron con la tumba vacía y llevaron el anuncio de que Jesús había resucitado. En el evangelio de Juan qué leímos hoy en la Misa, María Magdalena va sola al sepulcro, lo encuentra vacío y se vuelve corriendo a comunicarlo a los discípulos. Inmediatamente después sigue la aparición de Jesús a Magdalena, una escena hermosa y conmovedora, en la que Magdalena, hundida en su tristeza, confunde a “su Señor”… con un "jardinero".
Resaltar la figura de María Magdalena es resaltar un modelo de alma enamorada de Jesús Resucitado. Modelo de un alma que durante toda su vida amó a “su Señor”, le fue fiel, hasta la muerte, y mereció ser llamada por Santo Tomás “Apóstol de los apóstoles”, por ser quien le llevó a ellos la noticia de la resurrección.
Es un personaje encantador, tan querible como Pedro: es espontánea, fervorosa y apasionada. De hecho, su pasión y sus arrebatos amorosos, se parecen mucho a los de San Pedro, aunque es más de hechos que de palabras...
Pero veamos un poco más ¿quién fue María Magdalena? Los datos que tenemos claros son estos: aparece dentro del grupo de mujeres que acompañaban a Jesús y lo ayudaban con sus bienes; de María Magdalena dirá San Lucas que Jesús había expulsado siete demonios; y, como mencionábamos antes, vimos que Magdalena tiene un puesto privilegiado, tanto al pie de la cruz, como en las primeras apariciones del Resucitado. Estos son los datos claros sobre María Magdalena que podemos tomar de los evangelios.
En occidente se cree también que nació en la población galilea de Magdala. La tradición cristiana hizo coincidir a María Magdalena con aquella mujer, pecadora pública, que irrumpe durante la comida de Jesús con el fariseo Simón y a la que se le perdonan sus muchos pecados porque amaba mucho. Y también se la ha hecho coincidir con María, la hermana de Lázaro y Marta. Sería también, por tanto, la que escuchaba a los pies de Jesús, la que “eligió la mejor parte que no le será quitada”, mientras su hermana Marta se ocupaba en las cosas del trabajo doméstico. María Magdalena fue también testigo de la resurrección de su hermano Lázaro y la que derramó con generosidad, ante el escándalo de Judas, una libra de perfume de nardo puro sobre los pies de Jesús.
Según esta creencia que se ha extendido mucho a lo largo de los siglos, Magdalena sería una conversa a la que Jesús había cambiado la vida, que se mantiene valientemente fiel mientras los discípulos huyen atemorizados y llega a ser testigo privilegiado de las primeras apariciones del Resucitado.
Últimamente se construyeron sobre la figura de María Magdalena otras hipótesis que no tienen fundamento en los evangelios y que ni vale la pena tener en cuenta. Aún cuando no se pueda probar de modo definitivo esta coincidencia de las María Magdalenas -que ha sido acentuada por la tradición cristiana- hay que reconocer que esa interpretación es bella y se ajusta muy bien al mensaje del Evangelio.
Pero volvamos al corazón de Magdalena: ¿de dónde le viene ese amor tan grande por Jesús? El día clave en esta historia hay que buscarlo en esa comida que el Simón el fariseo ofreció al maestro: María Magdalena experimentó que nadie la había mirado con tanta pureza y comprensión, que nadie había sabido reconocer la existencia de su gran amor en su corazón, como lo hizo el Maestro. Y fue ese amor nuevo, que la limpieza de Jesús había hecho surgir dentro de su alma, el que le empujó a derramar aquella libra de nardo puro, intuyendo de alguna manera que no lo iba a poder hacer en el día de su sepultura. Y aquella mujer nueva, que amaba mucho porque sentía que se la había perdonado mucho, será la que estará firme junto a la cruz y la protagonista de ese anuncio inesperado por muchos (excepto María Santísima) de que el Maestro había resucitado.
En este día de Pascua es bueno dirigirnos a esta gran mujer que fue, después de María, la primera testigo del centro de nuestra fe: Cristo resucitado. Y, también nosotros con el corazón lleno de deseos de ser contagiados con el fuego de su amor, queremos preguntarle «¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?».
"Dinos, María", en esta mañana de Pascua, que nadie hablaba tan de verdad al corazón como aquel al que tú escuchabas sentada serenamente a sus pies. Dinos que tenemos que trabajar, entregarnos a la luchar y sacrificarnos mucho en esta vida, por servir a todos nuestros hermanos... Pero que nunca nos olvidemos de lo único necesario: escuchar con amor y atención plena al Señor resucitado.
«Dinos, María», que Jesús resucitado es capaz de expulsar de nosotros todos esos demonios que parecen dominar nuestro corazón; que Él puede cambiar ese corazón nuestro de piedra y darnos uno de carne y hacer que nos nazca una carne nueva sobre nuestra carne vieja y podrida.
«Dinos, María», lo que sentiste cuando Jesús te miraba a los ojos y al corazón en aquella fría comida en casa del fariseo. Dinos que podemos encontrar en Jesús a alguien que nos mira siempre con limpieza; que espera de nosotros lo mejor; que sabe descubrir en el fondo de nuestro ser y de nuestra vida ese depósito de bondad que Dios mismo a puesto dentro nuestro. Dinos que es más importante amar mucho y que al que mucho se le perdona, mucho ama. Dínoslo hoy, María, al corazón...
"Dinos, María", que cuando se vive en el amor se está más allá de esas lógicas farisaicas que siempre calculan todo; que la fuerza del amor es inseparable del riesgo y la generosidad, hasta de cierta locura... Es lo que tú hiciste derramando sobre los pies de Jesús esa libra de nardo puro.
"Dinos, María", que valió la pena estar junto a la cruz del Señor, intentándole dar aunque sólo sea tu compañía y tu amor, y que el seguidor del Maestro tiene que estar junto a las cruces del hombre de nuestro tiempo para darles lo mismo que recibimos de Jesús.
Y «dinos, sobre todo, María», en esta mañana de Pascua, que podemos sentir que Cristo resucitado nos llama por nuestro propio nombre y nos dice siempre al corazón una palabra de aliento y esperanza. Dinos que hay siempre una Galilea, una patria de bondad, en la que Cristo nos aguarda. Dinos que Cristo debe ser nuestro amor y nuestra esperanza. Dinos que Cristo resucitó y que sigue hoy vivo en nuestra propia vida.
«Dinos, María», que ha resucitado Cristo nuestra esperanza y nos llama por nuestro nombre, con el mismo cariño con el que pronunció el tuyo; que el amor es más fuerte que el pecado y la vida más fuerte que la muerte.
«Dinos, María», en esta mañana de Pascua, lo que decía la vieja secuencia medieval: ¡Resucitó verdaderamente mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua.
¡Dios los bendiga!
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