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¿Se puede ir al fin del mundo sin salir de una habitación...?

Hace algunos días, la Iglesia, celebraba el día en que nacía a la vida eterna uno de los santos más influyentes para la civilización occidental: San Benito de Nursia. Diciéndolo al estilo CAT diría que San Benito fue un gran líder, un gigante que trascendió inclusive su época.


A pesar de eso, la figura de quien fue el Patriarca de los monjes de Occidente pasó casi desapercibida el día de su onomástico... Ya lo sé… la temática del Coronavirus eclipsó muchos asuntos importantes, incluso esos que el cristiano piadoso suele -o debería- tener presente habitualmente.


Sin embargo, el pasado 21 de marzo celebramos la memoria del fundador de la Orden benedictina (los solemos conocer como “monjes benedictinos”) y, además de encomendarle toda la situación por la que hoy pasa el mundo, algunos nos dimos el gusto de releer su vida y rumiar algunas partes de “La Regla”.

También hasta nos sacamos las ganas de ver un documental de los hijos de San Benito de la Abadía de Sainte-Madeleine du Barroux, en Francia. Y aquí viene lo interesante...


En este documental de Veilleurs dans la Nuit (“Vigilantes de la noche”) -super recomendable para ver en estos días de Cuaresma en cuarentena, así que les dejamos el link- https://www.youtube.com/watch?v=FzyrE8x-wy8 -, se muestra con detalle el sentido de la vida monástica y lo trascendente de cada momento diario dentro del monasterio. Sólo verlos llevar esa vida puede edificar el corazón del cristiano. Pero no sólo eso, es una oportunidad para reflexionar y sacar algunas conclusiones en este contexto de la cuarentena.


Me gustaría resaltar tres características que describen buena parte del escenario social actual en casi todo el mundo:

1. Hay cierta clausura: estamos parcialmente retirados del mundo, obligatoriamente, “cerrados” o “encerrados” en nuestras propias casas;

2. Hay una cierta serenidad: la agitación, el vértigo de la vida inquieta de muchas personas ha disminuido, transitoriamente; y

3. Hay cierto silencio: una sensación de soledad en las calles, con sus avenidas vacías y la ausencia del ruido de las grandes urbes.


Viendo este panorama podríamos decir que, hasta cierto punto y salvando las distancias, las circunstancias actuales nos ponen dentro de… algo así como… un impensado “escenario monacal”…


-“Para, para, para... ¿eso significa que tenemos que hacer vida de monje en cuarentena?”. No exactamente. Lo que quisiera señalar es que exteriormente tenemos un ambiente que hoy nos favorece para llevar mejor lo interior: oración personal, lectura y, para el que le gusta y se anima, por qué no, ¡la escritura!


En pocas palabras: tenemos que reconocer que, lo hayamos pedido o no, ahora disponemos de tiempo, recogimiento, quietud y silencio. Si el tan llevado y traído coronavirus nos tiene desenfocados… tendríamos que caer en la cuenta de que… ¡estamos en Cuaresma antes que en cuarentena!; ya a las puertas de la “Semana Mayor”. Y es justamente esto lo que me gustaría enfatizar para sacar el mayor provecho posible a estos días de “aislamiento obligatorio” (que podríamos llamar también ¿“enclaustramiento” obligatorio?). Eso, vamos a entrar en el claustro, sin miedo ¿qué podemos perder?...


No cabe duda que recorrimos una Cuaresma… inédita; que es una tristeza grande tener los templos cerrados; tener a los sacerdotes brindando su asistencia espiritual con tantas limitaciones y por eso mismo no poder acudir a los canales de la gracia como normalmente lo hacemos. Y a eso se le suman otros obstáculos para la vida espiritual puertas adentro, porque el mundo y el ruido también se hacen presentes en la propia casa, especialmente a través de la misma tecnología que nos asiste.


A pesar de todas estas evidentes limitaciones, insistimos en que, al mismo tiempo podemos también aprovechar el retiro del mundo; aprovechar la fuga mundi (la fuga del mundo) que Dios, en su misteriosa Providencia, nos pone hoy como una ocasión para seguir firmes en la fe y viviendo el mandato de la caridad. Por eso hacemos muy bien conservando el rezo de las oraciones de la mañana, el rezo del Ángelus, el Santo Rosario, la Misa seguida por los medios audiovisuales, la comunión espiritual frecuente, el tiempo de meditación y todo lo que hace a nuestro plan de vida espiritual.


Notemos que entre las cataratas de propuestas que nos llegan por distintos medios para “matar el tiempo” en el encierro doméstico, son pocas las que apuntan a mantener viva nuestra unión con Dios por medio de la oración y la lectura. Y, pensemos que es justamente gracias a éstas dos cosas que podemos ir al fin del mundo sin salir de una habitación.


Todos nos encontramos bajo el cumplimiento del insistente mandato social “Quédate en casa”… Se trata de cuidar y promover la conciencia social. ¿Y dónde está el examen de conciencia particular pensando en el decálogo?... Varios están vigilantes de novedades en las redes sociales y armando reuniones virtuales. ¿Y dónde está esa pronta disposición para reservar un tiempo para al diálogo íntimo y silencioso con Dios?... No pocos están aprovechando para limpiar y ordenar la casa. ¿Y dónde está el trabajo por poner orden y hacer limpieza en el castillo interior -como le gustaba llamar al alma Santa Teresa-?... Aparecen decenas de tutoriales de rutinas de ejercicio en casa, para seguir “en forma” y cuidar la silueta corporal. ¿Y la forma mentis (la forma de nuestra inteligencia y nuestro corazón)? ¿Dónde está la rutina para la lectura formativa, espiritual y recreativa?... ¿En vez de agarrar un libro para leer, pagamos la cuenta de Netflix y nos trasnochamos viendo series y películas? Lo sé, lo sé… en sí, no “habría” nada de malo en todo esto… si lo llevásemos con el debido orden... Lo malo es que una cosa quite la otra, es decir, que lo verdaderamente importante quede relegado y olvidado.


Algunos se acordarán de la atractiva novela El despertar de la Señorita Prim, escrita por Natalia Sanmartin Fenollera y publicada en 2013. Este libro -que también podríamos leer o releer en estos días-, en uno de sus últimos capítulos, aparece un diálogo en donde el sabio monje benedictino de la abadía de San Ireneo de Arnois le dice a Prudencia Prim:


“—Ha venido usted aquí con el temor de que yo le dijese algo que la asombrase, la turbase o la agitase. ¿Qué clase de cortesía sería la mía si hubiese obrado así la primera vez que viene a verme y sin haberme pedido apenas consejo? No tenga miedo de mí, señorita Prim. Estaré aquí para usted. Estaré aquí esperando a que encuentre lo que busca y a que regrese dispuesta a contármelo. Y puede estar segura de que estaré con usted, sin salir de mi vieja celda, incluso mientras lo busca.”


Se puede ir al fin de mundo sin salir de una habitación—, murmuró la bibliotecaria.”


La vieja celda del pater -como se lo llama a este sabio monje en la novela-, es la habitación.


"¿Pero cómo es que un monje puede ir al fin del mundo sin salir de una habitación?”, podríamos preguntarnos con una cierta inquietud. Según nos parece, parte de la respuesta está en la oración, y otra parte en la lectura....


¡No te pierdas la 2da parte de este post mañana, ahí te contamos como lograr ir al fin del mundo si salir de tu habitación partiendo de la oración y la lectura!

¡Feliz Domingo de Ramos!


¡Dios te bendiga!




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