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¡La clave del éxito esta acá!: Pobreza espiritual para ser Ricos




Todos queremos ser felices ¿o no?, el hombre tiene en su corazón algo que lo hace anhelar y buscar la felicidad. Pero como nuestra alma esta herida, la mayoría de las veces ponemos nuestra felicidad en las cosas equivocadas. Tal vez, pensemos que la felicidad es sinónimo de ser exitoso, y es normal; Dios ha puesto en nuestra alma el deseo de alcanzar algo que es grande, algo superior.


Pero a veces nos distraemos y le damos demasiada atención al éxito acá en la tierra, descuidando aquello que es eterno. Estamos demasiado pendientes en ser grandes deportistas o empresarios, quizás un famoso actor de cine, o tal vez conseguir un trabajo que me de los medios suficientes para alcanzar aquello que he proyectado para el futuro. Sea cual sea nuestra ambición, el mundo siempre me va a mostrar que en el éxito está la felicidad, pero es posible que alcancemos ese éxito y suframos una gran tristeza en nuestro interior.


Hace un tiempo decidí tomar la siguiente resolución: dejar de seguir “influencers” en las redes, sobre todo en Instagram. La cantidad de contenido que yo consumía en Instagram por día de estas personas habían empezado a generarme malestar, además de desperdiciar mi tiempo en cosas que no me sumaban nada.


Cuando yo veía sus vidas “perfectas” con trabajos “perfectos”, la forma en la que generaban ingresos de forma fácil (según ellos), su cantidad exagerada de ropa, zapatillas, productos electrónicos, los últimos celulares, los viajes a destinos espectaculares, sus vidas “exitosas y felices”, me hicieron replantearme si realmente la profesión para la que estudié era lo que realmente yo quería hacer. Me hacían sentir que yo estaba haciendo todo mal.


Ese consumo empezó a generar en mí una ansiedad por querer tener lo que ellos tienen, y al no poder conseguirlo, comencé a sentir más ansiedad y frustración, actitudes que comenzaron a interferir en el correcto desempeño de mi trabajo y en mi entorno personal. Yo no podía detectar cuál era la causa de eso, hasta que probé con dejar de utilizar por un tiempo esta famosa red social, y ahí di con la tecla.


¿Por qué te cuento esto? Porque es probable que te haya pasado o te esté pasando lo mismo. O tal vez conozcas a alguien que este sufriendo por causa de esto. Y no, no te voy a decir o aconsejar que elimines las redes para siempre, ya que en muchos casos son una herramienta de trabajo. Sí me gustaría que empieces a usarlas con otra cabeza, como me paso a mí.


Seguramente ya lo notaste, pero vos y yo, vivimos en un mundo que nos muestra que la felicidad depende de los bienes que poseemos, donde es más feliz y exitoso aquel que más tiene. Pero, muchas veces, este exceso de bienes o ambiciones, tarde o temprano, nos agobia y lo que menos nos produce es felicidad.

Dia a día, nuestra vida se ve bombardeada de información acerca de la vida de los otros: fotos de famosos o “influencers”, o porque no amigos y conocidos, que muestran sus vidas “perfectas y felices”: sus viajes por el mundo, sus autos, sus casas, las cosas que tienen, sus familias, etc. Y cuantas veces caemos en el comparar nuestra vida no tan perfecta con las de estos personajes y decimos: “quien pudiera tener esa vida”; “que suerte tienen”; “Dios tiene sus favoritos”... Todo el día estamos pendientes de lo que nos falta para alcanzar esos estándares de felicidad que la sociedad nos impone, que, en la mayoría de los casos nos parecen inalcanzables. Esto nos genera ansiedad, cansancio, tristeza y frustración, influyendo de forma negativa en el entorno donde nos movemos. Y puede ser que tal vez, tengamos la gracia de tener todos esos bienes y, aun así, no nos sintamos plenos.


¿Y esto por qué ocurre? porque como dice Chesterton: “El falso optimismo, la moderna felicidad nos cansa porque nos dice que somos adecuados a este mundo. La verdadera felicidad consiste en que no lo somos. Venimos de alguna otra parte, nos hemos extraviado en el camino”

Esta frustración que nos generamos a raíz de compararnos constantemente con el otro, nos hace esclavos y comenzamos a ser influenciados por este mundo que nos dice qué hacer o qué no hacer para ser, según ellos, felices. Comenzamos a generarnos necesidades que, en realidad, no existen. Y caemos en un círculo vicioso que muchas veces, es muy difícil de romper.


Si bien todos tenemos necesidades de todo tipo, esta insistencia del mundo que nos muestra que aquel que más tiene es más poderoso, hace que entremos en este círculo vicioso de consumo de bienes, bajo el pretexto “porque lo necesito”. Caemos en la idea de que “nuestra dignidad como personas depende de las cosas que tengo o no, de lo que hago o dejo de hacer”.


Como mencione más arriba, esta cuestión no aplica solamente a las cosas materiales, sino también a nuestras ambiciones, a nuestros deseos, nuestros planes a futuro. Constantemente se nos dice “confía en vos mismo y vas a lograr lo que quieras”; “la confianza en uno mismo es la clave del Éxito” y así millones de frases triviales que alimentan nuestro EGO y nos hacen creer que podemos tener el control de todo, que podemos hacer o dejar de hacer cosas que no tendrán consecuencias muy graves, total “mi vida es mi vida y la tuya es tuya”.


Esta avidez en la superficie, este deseo incontrolable de querer tener más y más, viene de la mano con dos cuestiones:

1. La mala administración de bienes;

2. Y la pérdida del verdadero sentido de nuestra vida, consecuencia de la expulsión de Dios de la sociedad y de la propia vida.


Gustave Thibon, en su libro “el equilibrio y la armonía”, ya advertía estos grandes males. En su artículo titulado “la dificultad de elección” , el autor menciona que la economía actual nos presenta un gran repertorio de bienes para satisfacer todos los gustos. Hasta ahí todo bien, es útil tener varias opciones para satisfacer las necesidades. El problema real está en que generalmente el Estado es el que elige en lugar de los individuos, porque es quien elige qué producto entra en ese abanico de bienes.


En vez de permitirnos ejercitar nuestra libertad, que utilizada como corresponde nos lleva a la verdadera felicidad, el alma de la persona se ve confundida y aturdida por tener que elegir entre bienes que muchas veces no son los que realmente necesita, haciendo que se pierda el Norte de sus vidas.

Y este agobio que nos genera la gran cantidad de opciones, se debe a “una mala asimilación de bienes”. Y al hacer un mal uso de estos bienes, que deberían ser herramientas para el verdadero fin, que es dar gloria a Dios, nos desviamos y ponemos a los bienes como fines en sí mismos, perdiendo de vista el camino que nos lleva a la Felicidad con mayúscula.


Thibon más adelante presenta un estudio sociológico, donde la conclusión es la siguiente: “El hombre necesita una estructura interior más sólida para soportar la abundancia que para soportar la pobreza”. ¿Cómo es posible esto? ¿será posible tener este pensamiento en este mundo, donde el que tiene TODO es más poderoso y le va mejor que aquel que presenta una situación de vida completamente contraria? ¿será que fuimos creados para la pobreza y no para la abundancia?


Basta con agarrar el evangelio, leer y notar como Jesús enseña, en reiteradas ocasiones, sobre la pobreza. Y particularmente, hay un pasaje del evangelio que seguramente te resulte familiar:

Mt 5, 3-4: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.

En el centro del evangelio y de la persona de Jesús hay un misterio de pobreza que es del todo esencial y si nosotros no le damos la importancia que implica, no estaríamos captando la lógica cristiana. Es una pobreza que realmente nos hace ricos, Cristo nos promete nada más y nada menos que EL REINO DE LOS CIELOS.


La pobreza a la que nuestro Maestro se refiere no es la pobreza exclusivamente material, se refiere a lo que muchos denominan “pobreza de espíritu”, a la que el autor Jacques Philippe define como “la libertad de recibirlo todo gratuitamente y darlo todo gratuitamente”. Es la libertad que nos hace conscientes de que todo lo que tenemos, es donado por un Ser superior.


El gran problema del corazón del hombre es que le es muy fácil apegarse a las cosas materiales; y al poner su anhelo en lo terreno, poco a poco la conciencia se va anestesiando y dejamos de escuchar ese llamado que Dios ha puesto en nuestras almas a buscar lo Grande y eterno, se apaga nuestro deseo de cielo, desaparece nuestra sensibilidad ante el pecado, y nuestro amor a Dios pasa a un segundo plano, y en el peor de los casos, desaparece.

El mundo constantemente, (y cuando digo constantemente es literalmente 24/7, todo el día), nos ofrece una supuesta felicidad basada en la confianza en uno mismo, en la propia imagen y la aprobación los demás, en el consumo desordenado de bienes, lo que nos hace distraernos del verdadero objetivo.


Pero tranquilo, que, si estas pasando por esta situación de aturdimiento, donde no podés dejar de dar atención a la vanagloria, al qué dirán los otros, o le das demasiada importancia a los bienes que tenés o a lo que, según vos te falta, quiero contarte que hay un remedio. Y para tu suerte, es gratis, lo único que se nos pide es humildad y voluntad.


En primer lugar, para llegar a adquirir este remedio, queramos aceptarlo o no, por más planes que hagamos, por más control que creamos tener, la intervención de Dios en nuestra vida sigue siendo libre, imprevisible y soberana.

En segundo lugar, encontramos la pobreza de corazón a la que hace referencia Jesús en sus bienaventuranzas, pobreza que nos hace libres de recibir todo y libres de darlo todo, nos hace entender que ninguna seguridad humana basta. La pobreza nos obliga a dirigir la mirada a Dios, que es el único que permanecer, el único que realmente puede colmarnos de lo que en realidad tenemos necesidad. Este es el verdadero remedio.


La pobreza de espíritu silencia los gritos del mundo que nos distrae para que no volvamos el corazón a Dios, única fuente de felicidad.

Lo que quiero con este post del blogcast no es condenar la abundancia de bienes, tampoco obligarte a cerrar las redes sociales, porque si no todo lo que dije estaría tapado de incoherencia.


Lo que sí quiero es que aprendamos a detectar —y me lo digo a mí misma en primer lugar— de qué depende nuestra felicidad. ¿Depende de tener el ultimo celular? ¿depende de las reacciones en mi post de Instagram? ¿depende de cómo me veo físicamente?


Cuando tomemos conciencia de donde está puesto mi corazón y dejemos de estar tan pendientes de la felicidad terrenal, cuando valoremos lo que tenemos y agradezcamos a Dios por todo lo que nos da, tomaremos un camino donde todas las ansiedades desaparecen, y las cargas y los problemas se hacen más livianos, porque dejamos que Él se encargue.


Y así vamos a entender que el verdadero éxito se consigue haciendo lo que me toca de la mejor forma, entender que nuestra energía y esfuerzo tienen que estar en ser auténticos apóstoles, luces en este mundo tan oscuro, que dan sabor y sentido a todo lo que hacen, que demuestran al mundo que hay algo más que ser reconocidos por lo que tenemos, por el reconocimiento en las redes sociales o en el mundo de la farándula.

Una vez que entendamos esto, alcanzaremos el Éxito con mayúsculas, que es nada más y nada menos que la Santidad.


La sociedad actual nos necesita humildes para reconocer nuestros dones y talentos y para ponerlos al servicio de los demás; pobres de alma, para ser capaces de concentrarnos en lo que realmente importa. Sólo siendo lo que debemos ser, lograremos ganar almas para Dios.


Y para cerrar y darte ánimo en esta tarea, te dejo a mano lo que nos dijo el Señor en el evangelio de Mateo, donde nos enseña a confiar en la Providencia del Padre:


Mt 6, 31-33: “No os preocupéis, por consiguiente, diciendo: ¿Qué tendremos para comer? ¿Qué tendremos para beber? ¿Qué tendremos para vestirnos? Porque todas estas cosas las codician los paganos. Vuestro padre celestial ya sabe que tenéis necesidad de todo eso. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura

Que la convicción de que sin la gracia de Dios no somos nada, nos haga humildes sencillos y dependientes de Él. No te distraigas con los flashes y aromas del mundo, sólo quieren distraerte de la verdadera felicidad. No te comas el verso de que aquel que vive lejos de Dios, vive en abundancia.


Concentrémonos en hacer el bien donde nos toque estar, bajo la mirada dulce de nuestra madre celestial, maestra de pobreza espiritual, y roguémosle que transforme nuestro corazón para que cada día, sea más semejante al de Cristo.


¡Gracias por acompañarme hasta el final, y no te olvides de compartirlo a quien más lo necesite! ¡Hasta la próxima!



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