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Foto del escritorP. Ariel Pasetti

¿Conviene alejarnos de las “personas tóxicas”?

Actualizado: 14 ago 2020



Tuve la… “suerte”… de vivir durante unos años con una persona de perfil psicopático... Ups!… si, todo un desafío… Y resulta que hace poco vi un “meme” que decía algo así como: “Jesús no dijo en ninguna parte del Evangelio que nos alejemos de las personas tóxicas”. La verdad es que me dejó pensando porque, al margen de esto que, gracias a Dios forma parte de mi pasado, conozco a personas que podrían ubicarse en la categoría de “personas tóxicas”. Por eso, la pregunta de este post es una pregunta que me interesaba resolver ¿hay que alejarnos de ellos o “aguantarlos”? De verdad quería saber qué le agrada más al Señor.


Me puse a investigar, y para mi sorpresa vi que había varias personas en el ámbito católico -entre ellos algunos sacerdotes- que decían lo mismo: no hay que alejarse de las personas tóxicas, hay que tratarlas con caridad y soportarlas con paciencia. Sin duda que a primera vista parece “lógica” esta postura “cristiana y caritativa”. Pero pero peeero… no sabía por qué,… algo no me cerraba. Cualquiera que haya tenido experiencia de tratar de modo habitual con una persona tóxica sabe a qué nos referimos: no parece ser sólo una cuestión de “soportar con paciencia” y “tratar con caridad”.


Como dije, durante años conviví con una persona con perfil psicopático, de esos que llaman “psicópatas ordinarios”, no son habitualmente asesinos seriales..., pero sí, ¡sumamente tóxicos! (mentirosos, manipuladores, destructores de la sana autoestima, etc, etc. etc.). Y eso me permitió tener una perspectiva distinta de los que dicen con soltura de cuerpo “hay que soportar con paciencia a las personas tóxicas”... Los profesionales que estudian estos perfiles saben que el ABC del trato con este tipo de personas incluye -mientas sea posible- un inmediato alejamiento. ¡Salir corriendo cuanto antes! Pero claro, el psicópata es un caso extremo de toxicidad. ¿Qué pasa con otros casos?


Ante todo, hay que reconocer que esta manera de llamar a alguien, “tóxico”, es nueva. Y por supuesto no podemos pretender encontrar la expresión “persona tóxica” en el Evangelio. Los que dicen que no hay que alejarse de las personas tóxicas, usan como argumento algunos pasajes del Evangelio donde aparecen personas “malas” o “molestas” que confrontan con Cristo y donde aparentemente el Señor “no se aleja” de ellos, sino que los trata con paciencia… Los ejemplos son sumamente débiles y la pregunta obvia es ¿aparece en el Evangelio alguien acorde con el perfil de una persona tóxica?, ¿una persona tóxica es simplemente alguien que nos molesta, nos hace daño o nos desagrada? Y claro, a esta altura del planteo llega el momento de responder la pregunta elemental: ¿¿qué es una persona tóxica??!..


Según la fuente que tomemos, podemos encontrar diferentes retratos de este perfil psicológico. Al poco tiempo de empezar mi investigación, me di cuenta lo difícil que es definir algo que, sin embargo, todos conocemos “intuitivamente” (sin saber explicar bien cómo). Suele pasar ¿no?… todos sabemos “qué es una persona tóxica” hasta que nos piden que la definamos o la describamos…


Pero bueno, acerquémonos al problema: algunos clasifican a las personas tóxicas en distintos tipos: victimistas, criticones, agresivos, manipuladores, narcisistas, envidiosos, pesimistas, descalificadores, neuróticos, y, la frutilla del postre, como ya dijimos, los temidos -y lamentablemente no poco frecuentes- psicópatas (para tener en cuenta: 1% a 3% de la población o sea, 1 a 3 de cada 100 personas son psicópatas ordinarios… ¡no es poco!). Como les dije, a mí me tocó 1 de esos que destilan la máxima toxicidad. No se lo deseo a nadie…


Sea cual fuere el perfil tóxico que tomemos como referente, parece que hay efectos se producen en las víctimas que son comunes. Les comparto lo que encontré como “patrón” que se repite entre los efectos que producen las personas tóxicas en sus víctimas:


  1. Impiden el desarrollo o crecimiento. Es frecuente en los tóxicos el estar enfermizamente centrados en sí mismos y en sus opiniones, ser el centro de atención, descalificar e invalidar a los que los rodean, generar conflictos. A mayor grado de “toxicidad”, menor crecimiento y desarrollo de los talentos de las personas que los rodean.

  2. “Asfixian” con su sola presencia. El malestar que generan suele ser inmediato. A veces basta simplemente estar cerca de una persona tóxica para sentir que el mundo “se achica”, que nos falta aire y necesitamos alejarnos.

  3. Hacen hacer a los demás, cosas que no quieren. Sea por manipulación, sea de modo autoritativo, los tóxicos ponen demasiado frecuentemente a sus víctimas en situaciones de hacer cosas que no quisieran, o de reaccionar y comportarse de manera que no es su modo habitual. Es como si alterasen a sus víctimas, “sacando lo peor” de ellas y encima hacen que las mismas víctimas se sienten culpables de estas reacciones.

  4. Producen un desgaste psíquico y un deterioro de la autoestima. Sea por lo imprevisible e irracional de su comportamiento; o por la obsesión con que vuelven sobre sus víctimas para hacerle la vida más amarga o más difícil; producen un desgaste emocional y psíquico que puede llevarlas a la depresión, pérdida de autoestima o a un estado de irritabilidad frecuente.


Y podríamos seguir mencionando otros efectos similares. Pero para el objeto de este post, hasta acá es suficiente, creo que ya todos entendimos el problema.


Entonces, vuelvo al planteo inicial ¿Conviene, o no, es una actitud compatible con nuestra fe alejarse de las personas tóxicas, o sea, de estas personas que producen en nosotros estos efectos?


Para responder esto voy a recurrir a un principio espiritual ignaciano, que es perfectamente compatible con el principio de la caridad. Lo tomo del “Principio y Fundamento”[1] de San Ignacio de Loyola, y dice que todas las cosas creadas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a alcanzar su fin(Dios mismo), pero que tenemos que ser indiferentes a todas esas cosas creadas, y sólo usar de ellas “tanto cuanto” (en la medida en que) nos lleven a Dios, y que el hombre “tanto debe quitarse” (tanto deberá alejarse) de ellas cuanto esas cosas se lo impidan.


Es evidente entonces que la respuesta es relativa (me conviene alejarme si es un impedimento para alcanzar a Dios), pero al mismo tiempo es clara: la práctica de la caridad y la paciencia no nos obligan a “intoxicarnos” con personas que, por lo que fuere, resulten para nosotros un impedimento para alcanzar las virtudes necesarias para santificarnos.


Por supuesto, es algo que debemos discernir con cuidado, porque no toda persona que nos impacienta, nos trata mal o nos resulta antipático puede ser considerada una persona “tóxica”.


Y dije que es compatible con la Caridad -que es una virtud sobrenatural-, porque el mandato de la caridad implica en primer lugar y ante todo amar a Dios, y todo lo que nos lleve a él, y rechazar todo lo que nos aleje de él, sea lo que fuere. Obviamente, más obligados estamos a alejarnos de personas “moralmente tóxicas”, es decir, esas personas que por su comportamiento inmoral nos inducen a obrar de la misma manera.


Por otro lado, es claro también que lamentablemente no siempre podremos tomar una distancia absoluta (tal vez por un deber de estado: la persona tóxica puede ser un familiar, un compañero de trabajo, o un jefe del cual momentáneamente no podemos prescindir), pero sí podemos (y debemos) tomar la distancia suficiente. A veces será física, otras veces emocional o psicológica (lo cual implica un ejercicio de ubicar mentalmente a la persona en el lugar que le corresponde, cortando toda dependencia emocional o psicológica).


Eso sí: no podemos dejar de rezar por ellas, para que se sanen de su toxicidad, o encuentren a alguien más fuerte o con mejores disposiciones y habilidades que las nuestras para ayudarlas a corregirse. Y sí, en muchos casos es posible dejar de ser tóxicos. De hecho, muchas personas no tóxicas se vuelven tóxicas sólo por determinados períodos de su vida.


Para terminar, veamos la parte positiva a este tema de las relaciones: no sólo es sano alejarnos de las personas tóxicas, es sumamente más saludable y recomendable todavía el rodearnos de personas sanas espiritual y emocionalmente. Personas alegres, positivas, entusiastas, virtuosas, abnegadas y sacrificadas, que nos contagien sus ideales, su capacidad de entrega, su amor a Dios, su caridad.


¿Conocemos personas como esas? ¡bendito sea Dios! Sirvámonos de ellas, en la medida que podamos, para crecer y desarrollar nuestros talentos. Y transformémonos nosotros mismos en eso, para que quienes nos rodean puedan contagiarse y sentir siempre el calor de nuestra bondad y vean en nosotros el rostro del que es “Salus nostra", nuestra Salud, Jesús, nuestro Señor.


___________

¡BONUS TRACK!: Un repaso mental rápido que puede servirnos para identificar a alguien tóxico:


  1. Hablas mucho sobre la persona tóxica;

  2. Te hace perder tu equilibrio emocional y resiente tu autoestima;

  3. Te lleva a echarle la culpa de tus decisiones, comportamiento o actitud;

  4. Temes estar cerca de esa persona, o no puedes estar relajado y cómodo con ella;

  5. Te rebajas a su nivel reaccionando o devolviendo con la misma moneda;

  6. Reaccionas con mecanismos de afrontamiento disfuncionales (tomar alcohol o cualquier otra actitud que vaya en nuestra contra);

  7. Transfieres el malestar que te genera esa persona tóxica a otros (y te hace volver a ti un poco tóxico con otros).



[1] [EE.23] Principio y Fundamento, San Ignacio de Loyola. https://es.catholic.net/imprimir.php?id=58638






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