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Vida sacrificada: gran paradoja para alcanzar la felicidad


Una vez un niño le preguntó a un anciano: "¿por qué la gente se mortifica y hace sacrificios? El anciano sonrió y le respondió: "Mi querido niño, la vida es como una montaña que debemos escalar. Algunos eligen tomar el camino más fácil y toman el teleférico, mientras que otros prefieren el camino más difícil y empinado, pero al final ambos llegan a la cima”. Y el niño preguntó, “pero entonces ¿en dónde está la diferencia?”...

Muchas personas se preguntan con razón: ¿hoy en día, todavía tienen sentido los sacrificios y mortificaciones? ¿sirven de verdad para algo? Habiendo tantos avances en la tecnología que hacen todo más fácil, ¿es necesario someternos voluntariamente al sufrimiento? Si puedo evitarlos para llegar a la cima con un “teleférico” ¿porqué elegir el camino empinado y difícil?

Vivimos en una sociedad donde las comodidades, el hedonismo, la prisa y urgencia están a la orden del día. Ni de chiste se asoma la idea sufrir por algo o tomar un camino que no sea el más corto y fácil, y si aparece la mínima sombra de que algo nos va a costar sacrificios… salimos corriendo.


Pero quiero compartir contigo algunas ideas al respecto porque resulta que, como cristianos redimidos en Cristo y su Cruz, estamos invitados precisamente a esa mortificación… y es una mala decisión evadir sistemáticamente los sacrificios que Dios nos pide que hagamos en el día a día.


Es verdad, hoy contamos con una gran cantidad de herramientas que hacen que todo sea mas fácil. Y claro que muchas de éstas son cosas buenas, porque nos dan una gran mano en nuestros días tan atareados y ocupados.

Desde el horno para cocinar, la calefacción en invierno o nuestro tan amado aire acondicionado en verano, y ni hablar de los medios de transporte que utilizamos para economizar nuestro tiempo cuando vamos de un lado al otro. Podemos enumerar una infinidad de herramientas que nos ayudan y facilitan nuestro día a día. Pero, lamentablemente, por no usarlos como convendría, o simplemente por costumbre, nos fuimos haciendo reacios a la idea de que tenemos que sufrir por algo o por alguien.


Además, si de algo no podemos escapar, dada nuestra condición de hombres caídos, es del sufrimiento. Pero ese sacrificio no es algo puramente negativo, porque está en el plan de Dios que podamos tomar estas pruebas como oportunidades de santificación.


En la actualidad se ha perdido el verdadero sentido que tienen la mortificación y el sacrificio. Parece algo anticuado, algo loco, ¿no? algo que se hacía antes. “La verdad de la milanesa” (la posta, la verdad verdadera, el chisme confirmado…) es que sólo podemos comprender el verdadero sentido a partir del amor. Y ahora te voy a explicar porque…


Hace mucho tiempo una persona le dio un nuevo sentido al sacrificio, nos enseñó que el dolor, similar al fuego, nos purifica. Esa persona (quizás ya suponen quien), es Cristo, que derramó hasta la última gota de su sangre en una Cruz, nada menos que por cada uno de nosotros.


No hay otra manera de ser eficaces espiritualmente, si no es por el sacrificio, ya que es en la Cruz donde nuestra alma alcanza la identificación plena con Cristo; este es el sentido mas profundo que tienen los actos de mortificación y sacrificio.

En el evangelio de San Mateo 16, 24 Jesús nos dice:

“El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Y aquí está la gran paradoja: No hay otra forma de ser verdaderos discípulos de Cristo y alcanzar la felicidad verdadera si no es por la Cruz. Sí, a la felicidad por el sufrimiento de la cruz... La gran paradoja cristiana… Y recordemos que su palabra tiene vigencia en todos los tiempos y momentos históricos, es dirigida a todos los hombres, no solamente a los de los primeros años de la Iglesia.


Que difícil hoy en día olvidarse de uno mismo, darnos a los demás en esta sociedad donde pareciera que lo importante es estar bien yo, primero yo, segundo yo, tercero yo. No hay espacio ni tiempo para nada ni nadie más.


Y ni hablar cuando Dios nos pone una prueba, es como que nos sentimos olvidados, sentimos que no nos ama; una enfermedad, la perdida de un familiar, de algún trabajo, de un buen amigo, para nombrar algunas de las miles de pruebas que tenemos en la vida. Que difícil entender que Dios permita pruebas tan duras y dolorosas en algunos casos. Pero, recordemos que las pruebas son dadas por un Dios que es bueno y que nos ama, que quiere lo mejor para nosotros, que nos quiere cerca de Él. Pero para llegar a Él, tenemos que purificarnos, y Dios permite estas contrariedades para crecimiento y bien de nuestra alma.


Unidos al Señor, los sacrificios voluntarios y aquellos que recibimos, adquieren un profundo sentido. No solamente son un medio de purificación, sino que nos unimos al mismísimo misterio de la Redención porque, como mencione más arriba, sin la Cruz no hay salvación.

“El cristiano que va por la vida rehuyendo sistemáticamente el sacrificio, que se rebela ante el dolor, se aleja también de la santidad y de la felicidad, que esta muy cerca de la Cruz, muy cerca de Cristo Redentor” (San Pablo VI, Papa)

Para nuestra buena suerte, tenemos a los santos que supieron aprovechar cada oportunidad de sufrimientos y así identificarse cada vez más y más con Cristo, hasta lograr llegar a la meta que todos anhelamos. Tal vez Dios hoy no nos pide sacrificios cruentos como el de su hijo en la Cruz, o como la grave enfermedad que tal vez le pide a otro, pero siempre vamos a tener oportunidades de sacrificios y mortificaciones voluntarias.


Ahí está la diferencia, no esperar que me lleguen las pruebas duras y difíciles, sino voluntariamente buscar y gustar del sacrificio. Tomémonos un momento para reflexionar sobre todas las oportunidades que tenemos en el día para ofrecer al Señor y unirnos al misterio de la redención, realmente es más fácil de lo que pensamos.


No tengamos miedo a ofrecer sacrificios o a la mortificación voluntaria, recordemos que Jesús dijo:

“Venid a mí los que estáis fatigados y cargados, nos dice, que yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave, y mi carga, ligera.” (Mt 11, 28)

Con la mortificación tomamos sobre nosotros ese yugo y nos elevamos al Señor, progresamos en las virtudes, y nos libramos de esos lazos que nos sujetan a las cosas terrenales: a las impurezas, al aburguesamiento y a la excesiva comodidad.

La mortificación nos libera y aumenta nuestra capacidad de amar.


Además, tenemos un plus… la mortificación sirve también para reparar nuestras faltas pasadas, sean grandes o pequeñas. De nuestras caídas podemos sacar impulso para seguir afrontando nuestro día a día.


No tengamos miedo de ofrecer acciones, dolores, incomodidades. La gran crisis que sufre el mundo hoy en día es en parte por habernos alejado de Dios, por haber abandonado el camino del sacrificio. Alguien alguna vez dijo “las crisis mundiales son crisis de santos”


Les animo a que seamos como faros de luz en cada lugar que nos toque estar, dejemos de mirar nuestro ombligo y levantemos la vista para ver qué nos pide Dios. Estemos con los ojos abiertos (los del cuerpo y los del alma) para ver las ocasiones de sacrificio como valiosas oportunidades, ya sea en el trabajo, en la familia y en los apostolados. Donde podamos servir, estemos prontos y dispuestos a las mortificaciones.


Pidámosle al Señor, por intercesión de María Santísima y de su esposo San José, modelos de vida mortificada, que debieron entregar con el mayor de los dolores a su amadísimo Hijo, que nos ayude a aprovechar nuestra vida del mejor de los modos.

Aprovechemos las últimas horas de la cuaresma y la entrante semana santa para meditar el sentido del sacrificio de Cristo en la Cruz, y poder ofrecer cada situación que se nos presente, grande o pequeña, para que sean impulsos que nos acerquen un poco más a la cima.

En la historia del niño y del anciano, parecía que da igual llegar en teleférico a la cima o a través del sacrificio de la ascensión empinada. Pero no es así, la diferencia, en definitiva, está en que aquellos que eligen el camino difícil se unirán al sacrificio redentor, purificarán su alma y desarrollarán habilidades y fortalezas que los llevarán más lejos en la vida y los preparará para cumbres en donde no podrán llegar en teleférico, la grande y magnífica Cumbre de la Vida Eterna.



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