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“Sólo podemos decidir qué haremos con el tiempo que nos dieron”


Hace un tiempo, estaba viendo la peli del Señor de los Anillos, y llega una escena en la que Gandalf está hablando con Frodo y le dice lo siguiente:


“No podemos elegir los tiempos que nos tocan vivir. Lo único que podemos hacer es decidir qué hacer con el tiempo que nos dieron” (J. R. R. TOLKIEN)

Después de reflexionar y dar vueltas a esa frase en mi cabeza, algo hizo clic en mi mente y recordé que no era la primera vez que escuchaba ese mensaje. Me vino a la mente la Palabra de Dios, en específico la parábola de los talentos (Mt 25,14–30), una historia siempre tocante. Para aquellos que no recuerdan los detalles, déjenme hacer un breve resumen:


Un hombre se iba de viaje y llamó a sus servidores y les encomendó sus haberes, “a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente, el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio, el que había recibido uno, se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.” Al cabo de un tiempo, dicho señor regresa y se reúne con los siervos para ver como habían administrado los talentos que les había dado.
Quien recibió 5, dio 5 más. El señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, te pondré al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor.” Lo mismo ocurrió con aquel que recibió 2 y consiguió 2 más.
Más cuando llego el momento del siervo que recibió 1 talento, el señor vio que no había hecho fructificar ese talento por temor, y le dijo: “Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y a mi regreso yo lo habría recobrado con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos” …

El tiempo que recibimos es un regalo muy valioso, pero también muy breve, y recordando de nuevo las palabras del sabio Gandalf, solamente podemos decidir qué hacer con él.


En uno de los post anteriores, Magdalena nos invitó a ver la vida como una emocionante aventura, donde todo lo que hagamos dejará una huella, y lo que dejemos de hacer… ¡un triste vacío! que nadie podrá llenar, porque sólo nosotros teníamos lo que había que poner allí.


Tenemos un deber al cual no podemos renunciar, porque es el más importante: descubrir para qué vinimos al mundo, cuál es el sentido de nuestras vidas. Si no logramos esto, perderemos la oportunidad de vivir una plena, nos quedaremos sólo con el talento enterrado.

Nosotros elegimos. O nos quedamos en lo que nos resulta cómodo, en la monotonía de lo conocido, en esfuerzos mediocres o inexistentes -como aquel siervo perezoso del evangelio- o… nos preocupamos en serio por conocer nuestras capacidades, nuestros talentos (y también nuestras limitaciones, por qué no), para poder explotarlos al máximo y así cumplir ese plan genial que Dios ha trazado en cada uno de nosotros.


Pero, acá viene una cuestión FUNDAMENTAL: ¿Cómo hago para fructificar estos talentos que Dios me ha dado?


En primer lugar, puestos en oración, debemos pedirle a Dios que nos ayude poco a poco a descubrir nuestras capacidades, aquello en lo que somos buenos. De nuevo: importa mucho conocer estas fortalezas. Ese plan genial tiene que ver con ellas.


En segundo lugar, tenemos que hacer un ejercicio de humildad para aceptar aquello que Él nos pide. Eso que en el “padrenuestro” llamamos “Tu Voluntad”. Una vez descubierto, nos tocará poner manos a la obra, activar nuestra voluntad dormida y buscar aquel lugar donde realmente podamos crecer. Sí, no todo lugar es igualmente bueno para desarrollarnos y tal vez tengamos que alejárnos de aquellos que nos estén apagando poco a poco, a veces de forma imperceptible.


¿Será fácil el camino?, no… habrá muchísimas cosas que nos van a distraer… Pero el mayor peligro no está en el camino, sino en quedarnos inmóviles.

Pongámonos el firme propósito de descubrir ese ladrón que hay en nuestra vida: eso que nos está robando el tiempo, que hace que lo perdamos. Preocupémonos por dejar huella, por hacer aquello que tengamos que hacer, para que al final de nuestros días, el mismo Dios nos diga: “¡Bien, siervo bueno y fiel!


Que la intercesión de dos grandes aprovechadores y santificadores del tiempo como la Santísima Virgen y San José, nos ayuden a vivir una vida plena y alegre, siguiendo ese maravilloso camino que Dios ha trazado para cada uno de nosotros.





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