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Un poco de cenizas para comenzar la marcha



Así como el Señor predicaba con parábolas, que eran historias sencillas -¿inventadas? ¿”basadas en hechos reales”?- me gustaría comenzar del mismo modo.



Había una vez…


Sí, había una vez, un guerrero, una especie de “Goliat” que estaba muy orgulloso de su fuerza, su arte y su destreza en el combate. Se sentía muy seguro y creía que nada podía vencerlo y que siempre podría prevalecer en cualquier situación que se encontrase.


Una tarde, durante una de sus misiones, se encontró en medio de una tormenta de polvo. El viento soplaba con tanta fuerza que la tierra se levantaba y formaba una nube espesa, cada vez más densa y oscura, que iba cubriendo todo a su alrededor. Confiado en su propia fuerza, nuestro temerario hombre de armas apretó los dientes y continuó avanzando desafiante, ignorando la creciente intensidad de la tormenta. Pero en cuestión de segundos se vio atrapado en el medio de la tempestad, ya no podía ver sus manos ni respirar, la tormenta parecía haberle arrebatado en un segundo toda su fortaleza, seguridad y confianza, y por un momento sintió como si se estuviera asfixiando. Fue gracias a la ayuda divina que, después de un buen rato, arrastrándose, finalmente logró salir, cubierto de polvo y completamente exhausto.


En ese momento el guerrero entendió que, por más fuerte que creyera ser, algo tan simple como el polvo -algo que él consideraba despreciable e inerte- había logrado vencerlo. Se sentía como Goliat vencido por David. El pequeño polvo de pronto había vencido al “gigante”.


Ese día aprendió una lección muy importante, y recordó la frase que de pequeño había escuchado un día como hoy, un miércoles de ceniza:


“Recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás”.


¡Hey! ¡Recuerda quién eres!


La liturgia de la Misa del Miércoles de Ceniza nos pide “recordar” esto. Recordar, por lo pronto, implica traer de la memoria algo sabido. Sabido pero… bien olvidado. La frase está tomada del Génesis (3, 19), y Dios se la dice a Adán que, antes que nosotros, olvidó quién era, de dónde venía, se creyó superior y sin necesidad de obedecer a nadie, ni siquiera a Dios. Y el Señor le dice a él, y también a nosotros: ¡hey, recuerda quién eres! ¡quita esos humos soberbios de tu cabeza, eres un simple mortal, no un Dios!


“Eres polvo”, nos dice Dios. Porque de hecho nos creó del barro de la tierra ¿recuerdan? al que luego sopló su espíritu. Pero además hay una metáfora de pequeñez: el polvo es algo diminuto, pequeño.


¿Qué bien hay entonces en recordar que somos polvo, que somos algo pequeño? ¿No es acaso algo “negativo” y deprimente, algo que nos descorazona?


Las Sagradas Escrituras condensan la sabiduría de Dios. Y Dios “algo sabrá” ¿verdad? lo que nos conviene. ¿Será que sabe qué pronto nos olvidamos, como Adán, quiénes somos? Su llamado a recordar nuestra pequeñez, parece decirnos algo: que es prudente ser humildes…


Con el paso de los años algunos aprenden esto: los hombres cuerdos y sensatos son humildes. Aún siendo muy grandes a los ojos de los demás. En cambio los “bobos” -como dice... Messi- (y bueno, no pude evitar😅 parafrasearlo) los bobos, son soberbios.


Recordar que fuimos formados del barro y que por más fuerte que nos creamos, ese mismo polvo que nos constituye puede vencernos, es una condición para no caer en las trampas del “EGO”, de la soberbia, y sobre todo, para crecer como personas. Crecimiento que implica también una transformación.



Transformación del polvo…


Y ¿porqué hoy tenemos recordar todo esto del polvo, la pequeñez y la transformación?

Porque hoy comenzamos el tiempo de Cuaresma, que es tiempo por excelencia de CONVERSIÓN, de crecimiento y transformación, y por tanto de acercarnos con humildad a Dios, que es el Único verdaderamente GRANDE que puede extender su mano para levantar a los pequeños, a los caídos, a los necesitados. “Levanta de la basura al pobre” (sal 113, 7).


Un día Él tomó barro y nos hizo hombres… y nosotros... nos volvimos barro... Y Él, una vez más, puede tomar nuestro barro para volver a hacernos hombres…


Eso significa “convertirnos”… Y eso requiere en primer lugar humildad para ver qué está mal en nuestra vida. Y en segundo lugar, arrepentirnos!


Me arrepiento pero…

Podemos estar arrepentidos de muchas cosas en nuestra vida:

  • Haber herido a alguien con palabras u obras…

  • Haber perdido oportunidades por miedo o indecisión…

  • Haber perdido el tiempo en nuestra vida: pasan las horas, los días y los años y los malgastamos tristemente…

  • Haber sido deshonestos o haber engañado a alguien…

  • Haber sido cómplices del mal de otros…

  • Habernos alejado de Dios y así haber dejado que se endurezca nuestro corazón ante las necesidades de los demás…


PERO! Pero, pero, por más arrepentidos que estemos…, el arrepentimiento sin cambio, sin conversión, es sólo un sentimiento inútil. Y muchas veces no es más que un engaño. Ese arrepentimiento sin acción puede hacernos pensar que “en el fondo no somos tan malos”, porque tenemos “el buen sentimiento” de arrepentirnos.


Pero estemos bien advertidos: no bastan “los buenos sentimientos” en la vida. Con eso no se construye nada. Las buenas ideas, los buenos propósitos, los buenos sentimientos sin el paso a la acción, sin el camino de conversión, es algo completamente inútil y engañoso. Y por tanto, sumamente peligroso.


Este tiempo que llamamos “Cuaresma” es entonces tiempo de “pasar a la acción”. Es tiempo de mucha GRACIA de Dios que hay que pedir con humildad, pero también tiempo de un esfuerzo sincero y generoso para poner un pie delante de otro para movernos aunque sea con pequeños pasos en la dirección que Dios nos muestra a través de nuestra conciencia. Volver a Dios, como el hijo Pródigo, volver a la buena senda que nos lleva a la casa paterna.


“Convertíos a mí de todo corazón... Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahvéh vuestro Dios” (Joel 2, 12.13).

Ese es el camino del hombre sensato: volverse a Dios, convertirse. Y ese sendero se inicia con el gesto humilde de las cenizas sobre nuestra cabeza, pero eso es sólo el comienzo. El camino recién empieza y tenemos que recorrerlo completo. Camino que tiene un líder -un Pastor que va a la cabeza del rebaño- fuerte, heroico y todopoderoso en su aparente debilidad: Jesucristo nuestro Señor.


Para recorrer este camino, este gran viaje de conversión, la iglesia nos propone 3 sabios consejos dados por el mismo Jesús: el ayuno, la limosna y la oración.


El ayuno: la privación voluntaria de algo que nos agrada o algo que necesitamos, nos ayudará a quitarnos la “modorra”, esa pereza espiritual que algunos llaman “desolación”. Nos permitirá volver a tomar las riendas de la disciplina y el autocontrol y, aún mejor, nos dará algo para ofrecerle a Dios, una pequeña penitencia por nuestros pecados.


La limosna: nos quita de un peso, de un apego que nos vuelve egoístas y encerrados en nosotros mismos, nos mueve a ser generosos con los demás, no sólo de palabra sino de obra. “Obras son amores”, decía santa Teresa. ¡Grande es el alma de los que dan buenas limosnas!


La oración: fortalece la relación más importante que tenemos que cultivar en nuestra vida: nuestra relación con Dios. Como toda relación, sin diálogo se enfría y llega a extinguirse. Cuaresma entonces es tiempo especialísimo para volver a la oración y hacer las paces con nuestro Buen Amigo Jesús.


He aquí que el Señor nos da este nuevo tiempo de gracia, esta nueva oportunidad. ¡Que no se te escape de la mano, hijo! Porque, como decía el escritor estadounidense Stephen Covey "Aprovecha las oportunidades mientras las tienes, porque puede ser que mañana no estén ahí”… 😬appppa…😅


Que así sea. Buen comienzo de este Santo tiempo de Cuaresma💪 y buen comienzo de esta marcha!!


Hasta el próximo post si Dios quiere! P/D: Si quieres recibir cada día las Meditaciones de Cuaresma en formato de podcast para escucharlas, o en formato blog para leerlas, puedes unirte a éste grupo de Whatsapp donde la enviaremos cada día para que no te olvides de hacerla!






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