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El tóxico… ¿seré yo, Señor?...



Me dio mucha gracia la primera vez que escuché a uno decir “la tóxica” para referirse a su novia (que estaba presente…). Todavía sonrío de sólo pensar en eso. Sí,… ya sé que no es la manera, pero dicho con cariño y complicidad, hasta esta palabra puede transformarse en una manera amable de mantener a raya ciertas conductas nocivas en nuestras relaciones interpersonales.





Lo cierto es que las relaciones tóxicas no tienen nada de gracioso, porque donde hay toxicidad hay pérdida de alegría y de felicidad. Y eso podría ser lo menos que se pierde.


Hace un tiempo escribimos un post sobre este tema (podemos leerlo en este link ). Ahí nos preguntábamos si estaba bien alejarse de las personas tóxicas. Y, como al pasar, dejamos insinuado algo que pocos consideramos en serio:… ¡también nosotros podemos ser tóxicos!


Ya lo dijimos: el término “tóxico”, aplicado a una persona, es un uso moderno, y aunque es fácil entender, no siempre es fácil de explicar. Estamos de acuerdo con que hay que tener cuidado al aplicárselo a alguien… es una etiqueta y aplicar una etiqueta puede producir tanto que la persona asuma cada vez más ese rol, o bien, que en nosotros se fije más y más esa idea y eso deteriore una relación que era salvable.

Es parte de la naturaleza humana reducir las cosas para entenderlas, y etiquetar a alguien diciéndole “tóxico”. Es una manera de reducir la persona a una sola idea o faceta que condense su complejidad. Eso no permite comprender, o explicar ciertas actitudes o conductas que la persona tiene que nos hacen daño o nos desgastan.


Todo esto es cierto, peeero… también es cierto que las generalizaciones, si se usan con buen criterio, también pueden servir para entender lo que está pasando: las generalizaciones forman parte de la manera que conocemos lo que nos rodea. Y captar lo tóxico que alguien está siendo en nuestra vida puede ser el inicio de un proceso de libertad interior.


Pero hoy vamos a ponernos del otro lado y responder si… ¿seré yo, Maestro? ¿Seremos nosotros también a veces -o de modo habitual- personas tóxicas?... ¿tendremos, quizás, algunas actitudes similares a los de esa gente? vale la pena examinarnos y revisar nuestro comportamiento. Si realmente queremos, como decimos siempre en CAT, desarrollar nuestro liderazgo aprendiendo a influir positivamente en lo demás, es fundamental saber cómo nos estamos comportando con ellos.


Ante todo, tenemos que recordar algo: no somos buenos jueces de nosotros mismos. Somos habitualmente duros con los demás y blandos con nosotros. Sí, esto es así, y para justificar esa blandura para con nosotros mismos nos servimos de cualquier cosa. Ann Landers, una columnista norteamericana del periódico Chicago Sun Times, decía:

“Conócete a ti mismo. No tomes la admiración que tu perrito siente por ti como una prueba concluyente de lo maravilloso que eres.”

A veces escuchamos que en el mundo moderno se ha perdido el sentido del pecado. En realidad, como decía el Cardenal Giaccomo Biffi, lo que se ha perdido es más que nada el sentido del propio pecado. No nos olvidemos que Cristo decía ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, y no ves la viga en el tuyo? (Mt 1, 6).


Es parte de nuestra naturaleza herida. Por eso, porque tenemos mucha experiencia acumulada, con los años nos volvemos expertos haciendo esto y bastante inútiles para examinarnos a nosotros mismos… con equilibrio (porque no lo neguemos, pasamos con facilidad de ser maravillosos a considerarnos lo peor que existe en la tierra…).


Los autores modernos como Bernardo Stamateas, entre otros, han escrito mucho sobre este tema, con mayor o menor acierto según el tema puntual que aborden. Y han descrito distintos perfiles y leyéndolos todos, sin duda siempre podremos encontrar algo de eso (espero que no mucho) reflejado en nuestra conducta.


De todas formas, aún cuando pudiéramos encontrar algo de esto en nosotros, no todo comportamiento tóxico nos convierte en personas tóxicas. Hay un “rango de normalidad”, podríamos decir, -en el que esperamos estar todos 😅- en el cual se entremezclan muchas cosas nuestras sanas, buenas y hasta virtuosas, con otras no tan sanas… ni tan buenas… ni tan virtuosas…


Vamos a revisar específicamente tres comportamientos que, aunque no nos definan propiamente como tóxicos, deberíamos evitar con firmeza si queremos alcanzar la perfección de la caridad, la perfecta imitación de Cristo.


1. Tit for tat!

Parece un trabalenguas pero es una expresión inglesa. Tit for tat significa "represalia equivalente" (toma y daca, tanto "tit" como "tat" son golpes suaves, por lo que vendría a decir "golpea suavemente al que te ha golpeado suavemente").


Podemos entender este comportamiento tóxico en 2 sentidos, negativo y positivo. En el sentido negativo nos referimos a ese desquite, ese cobrarnos o buscar constantemente “hacer pagar” a los demás los errores, injusticias o malos tratos que han tenido para con nosotros. La constante “revancha”, el “pasar factura” por cada cosa para “hacer justicia”, comienza como algo razonable, pero lleva a viciar nuestras relaciones y a deteriorarlas, acumulando resentimiento y enfriándola. En esto están los rigurosos (que a cada falta presentan su respectiva revancha), y también los “generosos” que dan una o dos oportunidades antes de castigar.


Pero veamos la segunda modalidad que es la “positiva”: esta consiste sencillamente en dar para recibir algo a cambio. No es que lo hagamos conscientemente, hasta podemos llegar a decir que damos desinteresadamente. Pero la falta de reciprocidad es vivida al principio con cierta silenciosa tristeza y finalmente se transforman en amargos descargos y reclamos constantes que repercuten negativamente en la relación.


Ya sé, a esta altura todos nos sentimos un poco identificados. Todos experimentamos estas situaciones en las que no sabemos bien como manejarnos.

Y no lo sabemos… justamente porque tenemos nuestra mirada en el tit for tat, porque no nos hemos decidido a recorrer el camino del amor heroico y desinteresado que enseño Cristo. Que no sólo planteó “no devolver” mal por mal, sino que fue más allá (¡agarrate Catalina!):


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: - A los que me escucháis yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. Porque con la medida con que midáis se os medirá. (Lucas 6, 27-38).

2. Sufrir, molestarnos o perturbarnos por el bien ajeno

Una serpiente estaba persiguiendo a una luciérnaga. Cuando estaba a punto de comérsela, ésta le dijo: «¿Puedo hacerte una pregunta?» La serpiente respondió: «En realidad nunca contesto preguntas de mis víctimas, pero por ser tú te lo voy a permitir.» Entonces, la luciérnaga preguntó: «¿Yo te he hecho algo?» «No», respondió la serpiente. «¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?», preguntó la luciérnaga. «No», volvió a responder la serpiente. «Entonces, ¿por qué me quieres comer?», inquirió el insecto. «Porque no soporto verte brillar», respondió la serpiente.

La envidia nace de un sentimiento tóxico que consiste en entristecerse, molestarse, inquietarse o perturbarse por el bien del prójimo. Y el envidioso quiere que la persona que es objeto de su envidia experimente lo mismo que él. Es raro que esto nos pueda pasar. ¡Sobre todo, cuando ese “bien” que el otro alcanza no implica en nosotros la pérdida de nada! En el caso de la luciérnaga… nada perdía la serpiente, pero igual, se sentía molesta por ese bien que ella no poseía y la otra sí. Por esa diferencia…

Y cuando decimos bien, no sólo nos referimos a la posesión de un bien material, o un bien inmaterial como el éxito. La misma felicidad de alguien puede entristecer al envidioso… Es como si el envidioso no soportara la diferencia, el que alguien “no sea como yo” o si es un grupo “como nosotros”, molesta. En definitiva, al no ser felices nosotros, queremos que los demás tampoco lo sean, y por eso “la diferencia” de felicidad, molesta.


Hace poco veía una película que recomiendo, Ford vs. Ferrari. Hay una escena excelente al principio (espoileo un poquito, pero es del inicio de la peli, paciencia), en el que los dos protagonistas tienen un diálogo. Carroll Shelby (Mat Damon) iba a construir un automóvil Ford para competir con Ferrari. Le propone a Ken Miles (Christian Bale) que sea el piloto. Y Ken le dice:

¿Crees que Ford te va a dejar construir el auto que quieres, en la forma en que lo quieres? ¿La compañía de autos Ford? ¿esos tipos? ¿Has estado alguna vez en Detroit?. Tienen pisos y pisos de abogados, y millones de chicos de publicidad, y todos ellos van a querer conocerte, todos van a querer sacarse una foto con el gran Carroll Shelby, y te besarán el trasero, y luego, volverán a sus encantadoras oficinas y trabajarán en nuevas formas de joderte. ¿Por qué? Porque no pueden evitarlo. Porque sólo quieren complacer a su jefe… que quiere complacer a su jefe… que quiere complacer a su jefe. Y se odian a sí mismos por ello, pero en el fondo, a quienes odian aún más, son a los tipos como tú, porque no eres como ellos, porque no piensas como ellos, porque eres diferente.

Fíjense que están todos los componentes de la envidia: personas infelices (“se odian a sí mismos”), que no soportan esa “diferencia” en el otro y buscan cómo molestarlo. Un detalle importante: “porque no pueden evitarlo” … El envidioso, como la serpiente del cuento, no puede evitar hacer ese daño, busca en la destrucción del otro (o al menos en esa “molestia”, en ese poner “palos en la rueda”) un alivio a la infelicidad que ellos sienten de ser como son o de su situación.


Más ejemplos podemos encontrar en la Biblia, y no en cualquier parte, sino ya desde el inicio de la historia de la humanidad. La serpiente, el demonio, sintió envidia del bien de Adán y Eva y los tentó a pecar y así perder la amistad con Dios, que él había perdido primero. Y no sólo el demonio, la envidia pasó al corazón humano. Caín sintió envidia de Abel:

Cuando la ofrenda de Abel fue de agrado para Dios, y la de Caín no, Caín mató a su hermano por causa de la envidia. (Génesis 4, 3-8)

Pero ¿cómo curar esta herida de este sentimiento que puede intoxicarnos y volvernos tóxicos con los otros, que nos amarga la vida y “carcome” nuestros huesos como dice el libro de los Proverbios (El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos. Proverbios 14, 30)?


En primer lugar: reconocer cuando ese veneno se halla en nuestro corazón. Hacerlo con paz, es humano, no desesperar, y examinar de dónde nacen esos sentimientos, cómo los he alimentado, y cómo dejaré de hacerlo en adelante.

En segundo lugar: darnos cuenta que, como decía Napoleón: La envidia es una declaración de inferioridad. Tenemos que crecer y dejar atrás ese sentimiento infantil que nace de cierta inseguridad personal, o baja autoestima. Dejemos de compararnos.

Y por último: lo mejor es reconocer todo lo que Dios nos ha dado, y valorarlo y agradecerlo. Poniendo nuestra mirada constantemente en esto, seremos felices y no tendremos necesidad de salir a arruinar felicidades ajenas.

3. Controlar y ejercer poder sobre los demás

Lamentablemente es parte también del hombre el querer tener bajo su poder a otros. El hábito de controlar o ejercer nuestro poder sobre los demás de manera desordenada o exagerada, puede volvernos gradualmente personas tóxicas, que asfixian a otros (normalmente a las personas que amamos), intentando que las demás personas actúen y sean como nosotros quisiéramos. Es un esfuerzo más o menos consciente por darle a los demás la forma que nos gustaría, amoldándolos a nuestra comodidad o simplemente a nuestro capricho.


Para lograr eso solemos usar una de estas dos grandes estrategias:

la seducción o la fuerza.


Me referiré, obviamente, al primer caso, dado que el otro es “mas grosero”, más obvio y no solemos practicarlo tan comúnmente. El control por seducción es como robarnos a la persona, pero como lo hacen los ladrones de guante blanco: la víctima no se da cuenta, no hay amenazas, ni intimidación, ni violencia. Se usa de la seducción (y hasta el engaño) y especialmente la manipulación a través de los sentimientos y afectos para tener control sobre la persona.


La manipulación se ejerce siempre de la misma manera: premio y castigo: premio de cariños o alabanzas o reconocimiento. Castigo con silencios, frialdad, desprecio. A nadie le gustan esos castigos, todos queremos esos premios. La manipulación está siempre al alcance de nuestra mano. Todos podemos ser víctimas, todos podemos ser victimarios. Y no es muy difícil caer en esto.


¿Cómo mantener a raya esa inclinación tóxica?

Ante todo, aceptar a los demás en su unicidad y manera de ser. Está bien querer que los demás cambien y corrijan pecados y defectos y tenemos que ayudarlos, hablando con ellos, dándoles ejemplo y rezando. Pero una cosa son pecados y defectos y otra cosa son manera o formas de ser que nos desagradan simplemente porque no son las nuestras o no nos gustan porque sí.


En segundo lugar, aprender a vivir con paz la renuncia a controlar. Mira como hace Dios. Dios deja hacer mucho, incluso a veces más de lo que quisiéramos ¡ay! ¡porqué dejó pecar a Adán y a Eva! ¡Porqué dejó a la serpiente suelta por el paraíso! ¡porqué dejó a mano esa cerveza helada y esas papas fritas!... Dios sabe convivir con nuestra libertad: nos inspira, nos alienta, nos mueve al bien, pero también nos deja equivocarnos y ser como somos. Su método no consiste en la represión sino en la inspiración.


En tercer lugar: disfruta de las diferencias. Si ya aceptamos y ya nos resignamos a vivir en paz renunciando al control tóxico, demos un paso más: disfrutemos de los distintos modos de ser y vivir. En cada modo, mientras no haya pecado, hay una cierta belleza, que refleja a modo de pequeño espejo, algo de la infinita belleza del Creador.

Se una persona medicinal

Terminemos con la mirada aún más arriba, porque no se trata sólo de inyectarnos antídotos para quitar de nosotros esos comportamientos tóxicos que puedan haber crecido, sino de alentar e inspirar a algo más alto todavía: transformémonos en personas medicinales, que no sólo no “contaminen” con su toxicidad a otros, sino que ayuden a sanar las vidas de otros.


Hay muchos modos de hacerlo, pero todos requieren lo mismo: amor, amor desinteresado, y tiempo dedicado a los otros, servir a los demás, por amor a Dios. Ser caritativos es la meta, amar con el mismo amor que Dios nos ama.

¡Que Dios nos bendiga a todos para que lleguemos a ser una medicina constante para la gente que nos rodea!


Hasta el próximo blogcast!


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